Anteriormente en el fanfic de MRB...
THE PLACE WHERE EVERYTHING'S BETTER AND EVERYTHING'S SAFE.
Por fin volvía a pisar ese suelo, ¡cuánto lo había echado de menos! El mismo suelo en el que la mujer de su vida, unos años antes, había dibujado las palabras más hermosas que nadie le había dedicado jamás. Aquellas palabras que cambiaron su mundo pertenecían a una canción de The Cure, un grupo que adoraba escuchar de fondo mientras besaba a Peyton. Sintió un hormigueo interior al recordar la noche en que sucedió. Recordó ir hacia la cancha del río a lanzar unas canastas, el típico recurso que usaba desde la adolescencia para despejar su cabeza. En aquellos días, una boda truncada y el lanzamiento de su segundo libro le tenían absorto, deprimido y bastante confuso. No obstante, al encender la luz de la cancha y ver esas palabras delicadamente pintadas en su suelo, todo desapareció de su mente y sólo pudo pensar en una cosa. Esas palabras agitaron su corazón y su mundo como nunca antes había sentido. Y de repente, en su interior, lo supo: Peyton era su alma gemela. Y ni el miedo a volver a fracasar, ni los
“te odio” pronunciados con un alto nivel de alcohol en sangre, ni ninguna de las distracciones con las que había intentado esquivar la verdad más auténtica, podían evitar lo que estaba irremediablemente destinado a suceder…
Una vez se lo dijo mirándola a los ojos. Sobre ellos, confettis de colores y la euforia de los demás al celebrar un triunfo deportivo. Y aquella otra noche, sobre la cancha del río, estuvo más seguro que nunca. Era Peyton. Era Peyton la persona a la que quería tener a su lado cuando sus sueños se cumplieran. Y cuando no lo hicieran, también la quería con él. Pero el maldito miedo a sufrir le había impedido ver con claridad lo que durante tanto tiempo había estado ante sus ojos. Suerte que una gran amiga le dijo, sentados en el suelo de aquel mismo lugar, justo lo que necesitaba oír en esos momentos:
“lo único malo del amor, la fe y la esperanza es carecer de ellos”…
Sus pensamientos volvieron al presente. Estaba maravillado ante aquel paisaje: la cancha, los merenderos, el río… y al otro lado, la plaza donde tantas veces había visto arder los malos recuerdos en un barco. Era increíble lo que ese lugar conseguía hacer. Por primera vez en mucho tiempo, Lucas sintió paz interior.
-Mira Sawyer, aquí es donde tu papá creció.
-Sí Sawyer, aquí es donde tu papá me daba la tabarra acerca de lo mucho que le gustaba tu mamá y donde se preguntaba por qué ella no sabía ni que él existía. Y de vez en cuando, incluso metía alguna canasta…
-¡¡¡¡Haley!!!!
Haley y Lucas se fundieron en un abrazo infinito. Había pasado más tiempo del que ambos hubieran querido. La última vez que se vieron, la visita estuvo empañada por un triste acontecimiento.
-Cuanto he echado de menos esto, Haley. Ha sido todo tan difícil…
-Lo sé, amigo. Pero tranquilo, ya estás en casa.
-Cuantas ganas tenía de escuchar eso.
Continuaron abrazados unos segundos más, hasta que Lucas puso sus manos en las mejillas de Haley y, mirándola fijamente a los ojos le preguntó:
-¿Dónde está mi hermanito? Me muero de ganas por ganarle en un uno contra uno.
¿CÓMO LO HARÍA JOHN HUGHES?
Julian estaba esperando en el aeropuerto y se entretenía viendo el panel de “salidas”. Nueva York, París, Barcelona… Pensaba en cómo le gustaría viajar a esos sitios con Jude, Davis y su amada Brooke. Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos:
-Juliaaaaaaaaaaaaaaaan!!!!!!
Alex corría gritando su nombre a pleno pulmón, mientras se hacía hueco entre los demás pasajeros que se habían bajado del avión. Se dirigió a toda prisa hacia él y justo a dos pasos de distancia de su amigo, pegó un saltito y se subió en sus brazos, al tiempo que le daba un fuerte abrazo. Mientras le correspondía el achuchón, pensó que era increíble lo mucho que Alex había madurado en los últimos años, aunque seguía teniendo un cuerpo de chiquilla y no pesaría más de 45 kilos. Algo que, Julian por otra parte, le venía de perlas para interpretar a una adolescente en la pequeña pantalla. Quería mucho a Alex y se alegraba de verla feliz. Y estaba seguro de que ese abrazo, partía de la amistad sincera que sentían el uno por el otro, a pesar de que ella hubiera confundido sentimientos en otros momentos, que ahora se veían muy lejanos en el tiempo.
-Vaya Alex, tu gira no te ha cambiado en nada. Eeem, ni siquiera has dejado que saque el cartelito que Brooke ha decorado para ti, para que me localizaras entre el resto de familiares que esperaban aquí.
Julian sacó un cartelito que guardaba dentro de su chaqueta. En el mismo ponía: “futura estrella de la TV” y se acompañaba de una mano cerrada en puño que sólo mostraba el dedo corazón.
-Qué monaaaaa. Deduzco entonces que, a pesar de ese gesto tan obsceno pero “muy Brooke”, está más que satisfecha con que la gran Alex Dupreé la interprete en la televisión.
-Sí, bueno… ejem, ejem, algo así.
-Vale, vale, vale… No te preocupes, Julian. Sé ganarme a la gente ¡Mira lo que hice contigo! Y con Brooke también lo conseguiré. Lograré que me adore y que me cuente tooodo sobre la Brooke adolescente.
-Ya… Bueno, te llevará un tiempo. Pero… yo no estaría muy seguro.
-Ains, me muero por interpretarla. ¡Sobre todo a la Brooke guarrilla! Quiero que sepas, querido director, que esa escena de Brooke desnuda sobre el asiento trasero del coche, va a hacer Historia.
-Estoy seguro de ello, Alex.
-¡Aaaaaaah! -Alex pegaba gritos de euforia y daba pequeños saltitos de alegría
-Qué contenta estoy de volver aquí. La gira ha estado bien pero, ya me hecansado de dormir cada noche en un hotel distinto, con hombres distintos... Y hablando de hombres, ¿sabes algo de Chase?
Julian siguió caminando junto a Alex pensando en cómo conseguiría salir inmune ante Brooke, que no soportaba en absoluto que volviera a trabajar con Alex, a pesar de que ella ponía su mejor cara y fingía que apoyaba a su marido. Él conocía a su mujer como nadie, y sabía que a pesar de haber conseguido aumentar su autoestima, Brooke todavía atesoraba en su interior algo de esa inseguridad que durante mucho tiempo la había atormentado. Y ante la duda sobre cómo equilibrar el trabajo con su estabilidad matrimonial, utilizó mentalmente una frase que siempre le ayudaba al comienzo de sus rodajes: Hazlo justo como lo haría John Hughes.
LA GENTE SIEMPRE SE MARCHA. PERO A VECES REGRESAN…
Peyton acababa de dejar a Lucas y a Sawyer en la cancha del río. Su marido le había confesado que ese era el primer sitio al que quería regresar en su día de vuelta a casa. Y así lo había hecho. El Comet iba despacio, aún llevaba las maletas en el interior del coche. Pero antes de dejar todas sus pertenencias en la vieja casa de Lucas, ella también tenía un sitio al que regresar…
Mientras conducía y el viento enredaba su melena rubia, no podía evitar sentirse feliz por estar de vuelta. Esa vuelta al hogar significaba mucho más que un simple regreso, significaba una guerra ganada. Ganada por méritos propios, definitivamente y de por vida. Inevitablemente, su mente se trasladó unos años atrás, a unos pocos días después del nacimiento de Sawyer. Enseguida sus ojos se llenaron de lágrimas. Peyton siempre lloraba cuando recordaba la noche en que fue a ver dormir a su bebé y se encontró a una recién nacida Sawyer blanca como la nieve, fría como el hielo y totalmente inmóvil. Su grito de auxilio despertó a Lucas. Y juntos, siempre juntos, corrieron al hospital en busca de ayuda. Peyton nunca sintió tanto terror como aquella noche, la noche en que creyó perder a su bebé.
El diagnóstico no fue favorable. Sawyer había heredado la enfermedad cardíaca de Lucas, pero se había visto agravada por el embarazo de riesgo que había sufrido su madre. Lucas y Peyton lloraron durante horas, se consolaron y se secaron las lágrimas mutuamente. Y cuando acabaron, se pusieron a barajar ideas y a buscar soluciones. Sawyer necesitaba someterse a unas operaciones bastante arriesgadas. Y si no daban resultado, inevitablemente debería someterse a un trasplante de corazón. Todos los riesgos que una operación de ese calibre implicaba, se veían multiplicados, al ser una paciente de tan corta edad.
Desde ese preciso instante, Lucas y Peyton vivieron únicamente por y para una causa, la pequeña Sawyer. Se trasladaron a Seattle de inmediato, a la otra punta del país, pues allí disponían de los mejores cardiocirujanos. Y dejaron atrás a familia y amigos para dedicarse en cuerpo y alma a su única hija.
Habían sido unos años muy duros, de continuos ingresos en hospitales y horas de quirófano eternas. No fue fácil, ni para la pequeña ni para la pareja, que se había tenido que enfrentar a miles de obstáculos: dudas, miedos, temores, facturas médicas desorbitadas, diferentes puntos de vista en cuanto al tratamiento adecuado para la niña… No, no había sido fácil en absoluto. Durante esos años habían vivido aislados de todo y de todos, teniendo únicamente una preocupación, que la hija que ambos tanto habían deseado, sobreviviera a tal enfermedad y consiguiera un corazón compatible.
Peyton pasó por delante de su antigua casa, y se sintió tremendamente agradecida con el mundo. Agradecida por tener la oportunidad de enseñarle algún día a su hija la casa en la que creció y se convirtió en la mujer que hoy era. Pero no se detuvo. Tenía prisa por llegar a otro lugar… Estaba muy emocionada, llevaba mucho tiempo esperando ese momento. Le dio más volumen al “Always Love” de Nada Surf que sonaba en la radio del Comet, y se dirigió a toda velocidad hacia el lugar. Esa canción siempre la animaba y le recordaba a Ellie, su madre, y pensó en lo mucho que le gustaría que estuviera aún aquí. Lo mucho que le gustaría abrazarla… Pero no tuvo tiempo de pensar en mucho más. Detuvo el coche, se bajó sin echar la llave y se puso a correr. Corrió unos segundos más, hasta que empezó a ir frenando conforme llegaba a su destino. Y durante unos instantes se quedó quieta, callada, mirando aquella espalda amiga que estaba a unos pasos de ella…
-Buenos días, Brooke Davis…
Continuará...